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  • Foto del escritorFernando Camilo Garzon Gomez

Bienvenidos A Potosí


Foto de Potosí. Crédito: Archivo Particular

El barrio Potosí en Ciudad Bolívar se ha poblado en las últimas cuatro décadas a través de la organización barrial y la acción comunitaria. Con el Palo del ahorcado como testigo, históricamente los vecinos y las vecinas de este territorio han peleado por sus derechos para tener una vida digna y ser parte de una ciudad como Bogotá. Esta es una reseña histórica del barrio a partir de una entrevista a Marina Castro, pobladora de la montaña en el sur de la capital, y la lectura del libro Potosí-La isla: historia de una lucha.

La capital de Colombia, como otras tantas metrópolis, tiene tantos finales que es difícil saber dónde acaba. Uno de sus últimos rincones, en el sur de la ciudad, es Potosí, un barrio que hace parte de una de las ocho Unidades de Planeamiento Zonal (UPZ) de la localidad 19 de Bogotá: Ciudad Bolívar. Según la alcaldía de la localidad, Potosí está ubicado en la UPZ número 70 que se llama Jerusalén, y en la que también están otros barrios como: Arborizadora Alta, Bella Vista, Florida del Sur, Jerusalén, La Pradera, Las Brisas, Las Vegas de Potosí, Villas de Bolívar y Verona.

Mapa. Fuente: Google Maps

Poto, como lo llaman algunas y algunos habitantes, está enclavado en las montañas suroccidentales de la capital, territorio que se caracteriza por ser de clima frio y desértico. El suelo subxerofítico y árido es una de las principales características del ecosistema seco de estas montañas lo que dificulta que allí crezcan plantas, siembras o cultivos productivos. De hecho, el único árbol que se ve en el panorama es un viejo y solitario eucalipto al que la comunidad bautizó como el Palo del ahorcado.


Silueta cartográfica de Potosí. Crédito: Google Maps / Fernando Camilo Garzón

Según el libro Potosí-La isla: historia de una lucha escrito en 1998 por la Corporación Taliber-Grupo de danza Colegio Ices-Isnem, las condiciones geográficas de la montaña fueron una de las razones principales por las que en 1982 estos territorios, difíciles e improductivos, se empezaron a dividir en lotes para ser comercializados. Terreros, urbanizadores piratas y políticos, dueños de la tierra al sur de la ciudad, empezaron a montar su propio negocio vendiéndoles pequeños terrenos, a precios muy asequibles, a familias pobres y desplazadas que buscaban un lugar para vivir.


Había lotes de diferentes precios y se conseguían, según los valores de ese entonces, entre 20.000 y 60.000 pesos. El costo de la tierra no era muy alto ya que los terrenos estaban desvalorizados. Esto se debía a las características ya mencionadas, pero también a que era un territorio que no cumplía con las normas urbanas básicas. Lo que se vendía en ese entonces eran pedazos de aproximadamente 7×4 metros cuadrados y con un entorno totalmente precario.


En esos primeros años, según los pobladores que dan su testimonio en el libro, la montaña estaba pelada, el suelo era muy árido y cuando llovía se volvía un barrizal, no había ningún servicio público, tampoco llegaba el transporte, no existían direcciones, las aguas negras bajaban por las calles y era muy difícil encontrar agua. En la loma apenas se veían unos ranchitos de paroi en una tierra donde no habían más de diez familias, aunque poco a poco llegaron más.


Eso mismo es lo que dice Marina Castro, una de las primeras pobladoras de Potosí con la que tuvimos la oportunidad de conversar. Ella llegó por primera vez a Ciudad Bolívar con su familia en la navidad de 1984, pero se asentaron en el año nuevo de 1985. En esa época, Marina era una adolescente y le confirmó a en el Margen y a Directo Bogotá que en ese entonces la vida era muy dura. Además de lo que ya se mencionó, ella recuerda el sol insoportable que se sentía durante el día. Era difícil porque en medio de la soledad de la montaña “no había árboles o lugares donde esconderse del sol que picaba mucho”, dice Marina. En la noche, como no había luz, todo quedaba oscuro y las velas eran la única manera de alumbrar las casas, lo que según ella fue muy peligroso porque más de una vez ocasionó el incendio de los ranchos.


La familia de Marina llegó a vivir a las montañas del sur porque una tía que había comprado un lote les ofreció a sus padres que vivieran en ese terreno con la condición de que no se lo dejaran quitar. En esos años era común que avivatos ocuparan los pedazos de tierra que estaban vacíos y se los apropiaran. Como muchas de las personas que habían comprado en el sector no vivían en Ciudad Bolívar, sino que habían adquirido los lotes como “engorde”, cada terreno se convertía en un escenario de disputa.


Por otra parte, en el libro de Potosí- La isla, los primeros habitantes de la montaña dicen que, además de las situaciones adversas del territorio, otra problemática que ellos y ellas vivieron era que el gobierno distrital los consideraba una invasión, lo que técnicamente se conoce como un asentamiento informal. La policía intentaba desalojarlos, les quemaba los ranchitos y los violentaba físicamente. Lejos de rendirse ante los atropellos de la autoridad distrital, la comunidad volvía una y otra vez a levantar sus casas. Desde ahí, los vecinos y las vecinas del sector vieron la necesidad de empezar a organizarse para pelear por sus derechos y por el legítimo reconocimiento de Bogotá hacía su ciudadanía. En definitiva, ellos y ellas no se habían robado los lotes y no estaban ocupando un pedazo de tierra que no les perteneciera. Los terrenos habían sido comprados y por eso el Distrito debía reconocerlos como parte de la ciudad.


A medida que se fue conformando el barrio y llegaron más familias, fueron cinco los reclamos que tuvo que hacer Potosí para ser tenido en cuenta como parte de la metrópoli. Esos puntos principales eran: el agua, la energía eléctrica, las vías de acceso (transporte), la salud y la educación. Los vecinos y las vecinas empezaron a conformar una junta de acción comunal y pequeños comités para reclamar al distrito y a sus instituciones, como el acueducto, la empresa de energía o la Secretaria de educación, la garantía de las condiciones mínimas para la vida.


Las luchas por el agua, la luz y el transporte

Una pobladora de Potosí lleva el agua en baldes desde la montaña. Crédito: Cortesía libro Potosí-La Isla

El agua fue, tal vez, una de las peleas más duras en la conformación del barrio. En la zona donde está Potosí no hay ríos, quebradas o lagunas. Por eso a la gente le tocaba traer el mineral en baldes y canecas desde Quiba, corregimiento rural de la localidad, o desde pequeñas quebradas que están detrás del Palo del Ahorcado.


Marina Castro relata que a veces venían carro tanques a traer un suministro básico, pero que, con el pasar del tiempo, también la comunidad logró pagar una manguera que traía el recurso hídrico desde zonas aledañas. Esa agua, por supuesto, no era potable, llegaba sucia y tenía un color amarillento. Por otra parte, la manguera no funcionaba todos los días y cuando llegaba el suministro solo duraba una hora. Por esa razón, las familias hacían largas filas para obtener este recurso. Muchas veces el tiempo no alcanzaba para todos y eso generaba peleas, reclamos y discusiones entre la comunidad.


Por eso, durante años, el barrio instó al Acueducto de Bogotá para que elaborara un plan de contingencia ante la problemática. Aunque para el año de 1986 el Acueducto empezó a hacer presencia en la zona, las promesas de un sistema que regulara el suministro de agua no fueron cumplidas. Para el 87, los pobladores de Potosí recuerdan que sus exigencias seguían sin ser escuchadas y que, más allá de unos contadores instalados para el cobro del servicio, el recurso hídrico no daba abasto para cubrir todo el territorio.


Sin embargo, 1986 fue un año clave para la historia de Potosí. A la par que se exigía al Acueducto el suministro de agua, la comunidad empezó a organizar huelgas contra la Empresa de Energía Eléctrica de Bogotá. En 1985 la empresa reguladora del servicio y el Distrito, apoyados en el decreto 1504 del 25 de diciembre de 1984, dieron vía libre a la instalación del servicio en diferentes sectores de la montaña, uno de esos Potosí.


Aunque este era un paso fundamental en la lucha por los servicios públicos, la instalación total de energía en el barrio se demoró casi una década. Sin luz no había teléfonos, la gente estaba incomunicada. Así como hacían con el agua, la comunidad lograba traer el servicio desde zonas aledañas, pero, como es apenas lógico, no era suficiente y no alcanzaba ni siquiera a cubrir lo básico. Es en 1987 cuando empiezan a llegar los primeros teléfonos públicos y se instalan los primeros postes de luz.


En medio de esa precariedad, la gente no tenía ni siquiera como cocinar. En los primeros años del barrio, la comunidad usaba estufas que funcionaban con gasolina. Después, empezaron a usar Cocinol, una sustancia hecha a base de ACPM, pero el suministro, como pasaba con el agua, no venía todos los días y también se formaban peleas para no quedarse sin el material indispensable para poder comer.


El otro asunto que aquejaba el barrio eran las vías de acceso. Como Potosí queda en la parte más alta de la montaña y las condiciones del terreno, para esa época, eran tan complicadas (el suelo despoblado o los barrizales que se hacían cuando llovía) las rutas de buses no llegaban hasta allá. Para ir a Potosí, Marina dice que, en Candelaria, otro barrio de Ciudad Bolívar, tocaba tomar un Jeep y otras veces caminar.


Esta versión esta soportada en otros testimonios del libro Potosí- La isla que dicen que los carros que subían como transporte hasta la loma eran camionetas Toyotas y Land rover. Incluso, años después, cuando ya se empezaron a pavimentar las calles y el transporte público llegó al barrio, Marina dice que en Candelaria tocaba bajarse del bus y tomar un Colectivo, que era lo único que subía hasta la punta de la loma.


Además, en este asunto de las vías de acceso, las direcciones eran otro dolor de cabeza. Potosí fue creado a partir de ranchitos sin ninguna demarcación de calles y carreras. Por esta razón, cuando se empezaron a enumerar las casas para los recibos de los servicios públicos, el proceso para registrar cada esquina del sector fue una actividad caótica.


Como evidencia su historia, Potosí no fue fruto de un plan de urbanización por parte del Distrito. Los pobladores del barrio construyeron sus casas a pulso, sin ninguna planificación de entidades externas a la comunidad. El barrio, en el que había apenas unos ranchos, empezó a crecer. Las exigencias de los vecinos y de las vecinas tuvieron como consecuencia la llegada de los tres servicios públicos que se han reseñado y que eran tan necesarios. A pesar de esos logros, habría otras dos necesidades que no daban espera y que también ayudaron a la prosperidad de este territorio.


Salud, educación y el recuerdo de Evaristo Bernate Castellanos

Busto en honor a Evaristo Bernate Castellanos. Foto tomada por: Fernando Camilo Garzón

La luz, el agua y el transporte generaron mejores condiciones de vida para los pobladores de Potosí. Por ende, cada vez más familias empezaron a establecerse en el barrio. Con los nuevos habitantes se acentuaron dos problemáticas que antes no parecían tan urgentes: la salud y la educación.


Marina dice que en esa primera década las personas sufrían de muchas enfermedades respiratorias. No solo se debía al desolador viento y a las condiciones climáticas de esa zona, también estaba el problema de las aguas negras que inundaban las calles. Según el libro Potosí- La isla, en el barrio olía muy mal y hasta que el alcantarillado no empezó a construir tubos para contener los desechos, la salud de los habitantes se vio muy afectada.


Por eso otra de las luchas de la comunidad, frente al Distrito, fue empezar a exigir atención médica, sobre todo para los menores de edad que eran los que más sufrían las adversas condiciones. Estos reclamos, por la salud de los habitantes de Potosí, la acompañaba un grupo de profesores que venían desde el centro de Bogotá.


En 1984, llegaron a Potosí un grupo de pedagogos liderados por Evaristo Bernate Castellanos. Esos maestros tenían un proyecto educativo que surgió en 1976 y que llamaban ISNEM, una alternativa al colegio Salesiano León XIII, al que ellos hacían parte, pero con el que tenían divergencias en los métodos de enseñanza.


Cuando el ISNEM se separó del Salesiano, que también se conoce como el colegio Don Bosco, el grupo de profesores empezó a buscar una sede para establecerse. Pasaron por Las Cruces, por el Veinte de Julio y por San Cristóbal, hasta que finalmente llegaron a Ciudad Bolívar. La invitación se las hizo un exalumno que, para ese entonces, era médico y conocía los problemas que aquejaban a la comunidad de Potosí.


Toda esta historia está narrada en el libro Potosí – La isla a través de una entrevista a los profesores Leónidas Ospina y Mauricio Sanabria, que hacían parte de ese grupo. Según los dos entrevistados, cuando el ISNEM llegó al sector de Potosí su objetivo era encuestar a los habitantes sobre sus condiciones de salud y enfermedades más comunes. Sin embargo, rápidamente se dieron cuenta de que una de las mayores problemáticas del barrio era el analfabetismo. Además, los niños pasaban la mayoría del tiempo solos y sin ocupación porque los padres tenían que irse a trabajar. Los colegios que había Ciudad Bolívar no estaban cerca de Poto y el Distrito no dispuso de maestros para que fueran a enseñar al barrio.


La gente, que se enteró de que Evaristo era profesor, les propuso a los maestros del ISNEM que construyeran un colegio para los niños de Potosí. Así surgió el Instituto Cerros del Sur (ICES). Según Ospina y Sanabria, la propuesta educativa del colegio pasaba por una metodología que entendía la educación como un proceso colectivo. Para el ICES el modelo educativo debía pasar por un acompañamiento de las luchas que libraba la comunidad. Una educación que cambiara las formas de vida.


Así lo entendía Evaristo que, desde los inicios de las luchas populares en el barrio, en el año de 1984, fue uno de los abanderados de la comunidad. Varios testimonios del libro indican que él ayudaba a los vecinos y a las vecinas en la organización; les enseñaba distintas formas de lucha y siempre estaba presente para lo que necesitara la gente.


Uno de los testimonios más importantes de esa labor fue la creación de jardines infantiles por todo el sector. Evaristo impulsó a las madres comunitarias de Potosí a crear una propuesta pedagógica para que los niños, que los papás no podían cuidar en las mañanas, tuvieran un espacio de aprendizaje dirigido por las mujeres del barrio. Esos procesos fueron apoyados por el Instituto de Bienestar Familiar (ICBF) y dieron como resultado la creación del Jardín Alegría para vivir.


La historia de Potosí está íntimamente ligada a Evaristo Bernate Castellanos. Para la comunidad, Evaristo era un amigo y un líder. La conformación del barrio, que sucedió, como hemos reseñado a lo largo de este escrito, a través de la acción popular de los vecinos y las vecinas, tuvo en Evaristo un sustento fundamental.


A medida que el barrio fue creciendo, muchos politiqueros llegaron al territorio a pedir votos e incumplir promesas. Aunque el progreso del barrio, que comenzó de la nada, empezó a ser evidente, muchas de las necesidades básicas de la comunidad seguían insatisfechas. Para la década del noventa las exigencias de los habitantes de Potosí no se habían apaciguado y el que lideraba a la comunidad era Evaristo.


Las promesas del Acueducto, de la empresa de Energía, de los políticos y del Distrito, seguían siendo exigidas por el barrio y eso, por supuesto, molestaba muchos intereses. El ICES empezó a ser tildado de ser un lugar para el adoctrinamiento de guerrilleros. En el libro de Potosí- la isla se menciona que varias veces la Secretaría de educación intentó cerrar el colegio, pero fue la misma comunidad la que se opuso a las instituciones distritales. Además, los rumores sobre el apoyo de algunos miembros del barrio a la lucha insurgente urbana, de grupos como el M-19, empezaron a levantar amenazas.


Evaristo, que ponía muchas veces la cara por los vecinos y las vecinas de Potosí, era visto como un enemigo. La exigencia de condiciones dignas para la vida a instituciones distritales y locales, además de a los dueños originales de territorio, convirtieron al maestro en uno de los personajes más incómodos del barrio.


En la entrevista a Leónidas Ospina y Mauricio Sanabria, ambos dicen que los enemigos de las luchas legítimas de la comunidad creían que si Evaristo salía del camino las exigencias del barrio automáticamente iban a parar. Por eso, dicen ellos, el 11 de mayo de 1991 lo asesinaron.


Marina conoció muy bien a Evaristo. Ella trabajo codo a codo con los profesores del ICES. De hecho, Marina era una de las madres comunitarias que trabajó con los niños del barrio. Al papá de sus hijos, Fernando Pinilla, lo conoció porque él era uno de los maestros del instituto.


Cuando formaron una familia, Fernando le dijo a Marina que no vivieran en Potosí. Sin embargo, ella tenía allá a su familia y por eso regresaba constantemente. El 10 de mayo de 1991, se encontró con Evaristo en el colectivo que se tomaba desde Candelaria para subir la loma. Intercambiaron unas cuantas palabras. Él le preguntó si había seguido estudiando y ella le respondió que sí, que en el colegio Nicolás Esguerra. Marina dice que nunca entendió por qué Evaristo seguía en el barrio a pesar de que tenía muchos enemigos.


A los dos días de ese encuentro casual, alguien llamó a la casa de Marina y de Fernando y les contaron que en la noche del 11 de mayo una persona había matado a balazos a Evaristo Bernate. El autor del hecho escapó y nunca se le volvió a ver por el barrio, era un vecino conocido por todos. De las personas que dieron la orden nunca se supo nada.


Según Marina, a Evaristo la gente lo llevaba a todos sus eventos. El día del asesinato lo habían invitado a una fiesta para celebrar el día de la madre. Ese día el profe tenía otro evento y salió de ahí por la madrugada. Cuando Evaristo Bernate y sus amigos llegaron al colegio a pasar la noche, que en ese entonces no es el edificio que está hoy en día, sino que era una serie de casas prefabricadas donde los maestros dormían y daban clase, Bernate anunció que se iba para la fiesta a la que lo habían invitado.


Sus acompañantes le dijeron que era muy tarde y que no se fuera para allá, pero, según Marina, a Evaristo no le gustaba fallar sus compromisos con la comunidad. Cuando llegó a la casa donde era la celebración, un sujeto, que lo esperaba en la puerta, acabó con su vida de un tiro en la cabeza.


El funeral de Evaristo fue multitudinario y se hizo en el ICES. Según Marina, para todos y para todas, esa muerte se sintió como el fallecimiento de un familiar. La importancia de Evaristo para Potosí fue muy grande. Leonidas Ospina y Mauricio Sanabria recalcan el hecho de que el proyecto que ideó Evaristo para el barrio fue tan grande que, a pesar de su asesinato y las intenciones de sus enemigos, Potosí siguió su rumbo hasta garantizar su reconocimiento como parte de la ciudad y la garantía de sus derechos.


Hoy en día cuando se visita Potosí, el progreso se nota. Las luchas siguen y han mutado hacia otras exigencias. Esa es una de las premisas de este proyecto, contar la memoria de este territorio desde otras perspectivas y desde otras exigencias. Por ejemplo, desde el campo artístico. No obstante, de esas nuevos reclamos por la dignidad de la gente del barrio, la memoria de Evaristo y la lucha popular es lo que le da forma a lo que conocemos contemporáneamente como Potosí. Entender su historia y formación es entender la vida de Ciudad Bolívar.


¿Por qué se llama Potosí?

Mapa de Potosí y sus límites. Crédito: Google Maps / Fernando Camilo Garzón

Este mapa muestra los límites de Poto. Se construyó con la ayuda de los muchachos y muchachas de la Casa cultural de Potosí. A pesar de que ya hicimos referencia a los barrios que conforman la UPZ de Jerusalén, según las autoridades locales de Ciudad Bolívar, para los y para las habitantes de Potosí, como muestra este mapa, los limites que indica la alcaldía no se corresponden con las formas en que ellos nombran su cotidianidad.


El asunto de los límites de Potosí, y los nombres con los que se les conoce, es de suma relevancia. En el libro que ya hemos citado, se dice que la lucha del barrio se acompañaba con las exigencias de los vecinos del territorio. Sin embargo, no había mucha unión entre barrios y cada uno se empezó a llamar según lo que lo que los identificaba.


El nombre de Potosí surgió después de una reunión de la Junta Local, en la que era urgente definir cómo se iba a llamar el barrio para poder ponerlo en los recibos de los servicios. Al principio se pensó en llamarlo “Las Malvinas” por el conflicto entre Argentina e Inglaterra. Sin embargo, se descartó, según el libro, porque, aunque las necesidades de la comunidad eran bastantes, les parecía que ese nombre era muy exagerado.


Don Tiberio, líder comunitario, propuso llamar el barrio San Luis de Potosí porque así se llamaba el sector en el que él vivió en Fusagasugá. A la gente le gustó, pero les pareció un nombre muy largo, sobre todo para verlo en el letrero del bus. Fue ahí que alguien propuso llamarlo Potosí a secas. Así se definió cómo se llamaría ese sector de la zona de Jerusalén.

Letrero de bus en la Casa Cultural. Foto tomada por: Fernando Camilo Garzón

Las rutas del arte y la historia contemporánea del barrio.


El mapa que pueden ver a continuación teje los caminos de los grupos artísticos de Potosí que han interactuado con este proyecto. En buena medida, la historia más reciente del barrio se cuenta a través de la memoria de estos colectivos ligados a las actividades culturales. Esa ha sido una de las motivaciones principales del proyecto.

En cada una de las narraciones de los grupos que contiene la anterior pieza interactiva se resumen los dilemas que siguieron después de las luchas originarias del barrio: los falsos positivos, las masacres de jóvenes, como se conocen las mal llamadas limpiezas sociales; el abandono del Distrito, la estructuración del paramilitarismo a nivel urbano; la estigmatización de la localidad de Ciudad Bolívar, la explotación de los recursos naturales en las montañas del sur de Bogotá y el arte como testigo de esos procesos comunitarios.

Por ejemplo, uno de los hechos principales de la historia reciente de Potosí fue la defensa del Palo del ahorcado. A ese árbol, que es símbolo histórico de la comunidad donde, además, anualmente se hace una procesión religiosa en Semana Santa, lo querían tumbar para sacar arena de la montaña. En el sur de Bogotá, donde se extienden las canteras desde las cuales se sacan los minerales para hacer cemento, los recursos naturales se están acabando. Por esa razón, la explotación minera se mete cada vez más en el territorio de Ciudad Bolívar y esto ha hecho necesario explotar montañas como la del mítico eucalipto de Potosí.

El árbol, que antes era un espacio abierto para hacer deporte, para que los niños jugaran o para volar cometas en el mes de agosto, se volvió un territorio privado. Sin embargo, guiados por el espíritu luchador de esos primeros pobladores, han sido los mismos habitantes del territorio, en conjunto con otros colectivos como No le saque la piedra a la montaña o La casa cultural, los que han defendido el Palo para que hoy en día siga en pie.

Y es que la historia de este barrio se ha construido a través de la lucha de generaciones de habitantes. Por eso, esta reseña trató de identificar cuáles fueron las principales batallas que dieron forma a Potosí como barrio y comodidad. Todo está servido para que la narración dé forma a la identidad y la memoria del territorio a través del arte y sus creadores.


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