A pulso Produce: rapeando en el último rincón de Bogotá
A pulso Produce hace rap en la última casa de la ciudad. Primitivo, Ángel, James, Dress y Lapsy son los cinco miembros de esta agrupación. En sus historias, contadas a su manera, está la memoria del barrio y algunas respuestas a lo que significa ser joven en las periferias de las ciudades en Colombia. Entrevista del libro: Potosí: historias de la creación artística en la periferia de Bogotá.

Ángel y Primitivo viven en la última casa de Bogotá. Al frente, en la otra montaña, a unos metros, está el Palo del Ahorcado. Esa montaña que tiene el árbol de eucalipto es donde termina Bogotá y empieza Soacha, por lo que decir que ese sitio es el último rincón de la ciudad no es ninguna metáfora.
La casa está bajando por una loma en una calle sin pavimentar. El suelo es de color tierra, en algunos sitios se ven brotes de pasto, pero gran parte del terreno está pelado y lleno de grietas y de piedras. Para llegar hasta la casa hay que tomar unas escalinatas muy rusticas, hechas con pedazos de llantas y ladrillos que facilitan la bajada. De todas maneras, hay que ir con los ojos clavados en el piso para no irse de cara. Cuando llueve, es todavía más difícil bajar, y seguramente para alguien como yo, que no estoy acostumbrado a andar ese camino, es una tarea muy difícil. Cuando uno les pregunta a ellos que dónde queda su hogar, responden: “En el hueco”.
Primitivo se convirtió en rapero en la niñez. La calle y el rap han sido una relación inseparable para él desde que tiene memoria. Toda la vida ha participado en agrupaciones de rap, pero actualmente, con dos compañeros, Lapsy y Dress, ha conformado una agrupación que se llama Vutnana Crew. Ángel, por su parte, no se considera músico. A él le gusta el rap, pero su interés no es cantarlo. Es un agente, se encarga de coordinar los eventos de Potorap People, un histórico grupo de rap en Potosí que lleva casi dos décadas presentando un Festival de rap y arte urbano que se llama “Poto también es rap, a la mera humildad”.
Hace poco más de un año Vutnana Crew se juntó con dos miembros de Potorap People, Ángel y otro músico llamado James. La unión de los dos grupos creó A pulso Produce, un sello discográfico que produce las canciones y videoclips de los dos grupos, y al mismo tiempo genera colaboraciones con más artistas urbanos y de otros géneros musicales como la andina.
Mi idea, al principio, era hablar con Ángel y James sobre Potorap People, pero cuando estaba en Potosí, Liliana Parra me invitó a la “Vutnana”. Ella no sabía mucho de ese lugar, pero le habían dicho que los muchachos de la Potorap estaban grabando música y trabajando con los raperos de esa casa.
Estábamos en la Casa Cultural, que se encuentra a tres cuadras de Vutnana. Íbamos Liliana, Lorena, Nacho, que es otro rapero del barrio, mi papá y yo. Cuando llegamos, no nos esperaban. Dress nos abrió la puerta y se sorprendió porque éramos muchos y no conocía a la mayoría, pero nos invitó a pasar. Al entrar en la casa, se ve a la derecha un arrume de escombros y basura. Hay ciclas, cajas, materiales de construcción y una máscara que parece como de una obra de teatro. Después hay una especie de patio. No hay techo, está destapado y el piso tiene algunas tablas de madera que acompañan el suelo pelado. Al fondo está la casa.
Me impresionó que tuvieran montado un estudio de grabación en la mitad de la sala. Estaba Lapsy sentado frente al computador editando un vídeo. Al lado derecho, como si estuviera escondido, tenía un micrófono rodeado de espumas para insonorizar el espacio. Arriba del computador había un tablero en el cual tenían anotado un cronograma en el que, según nos dijeron, se fijaban para saber cuándo le tocaba grabar a cada miembro del grupo.
Nos invitaron a escuchar y a ver el vídeo que estaban haciendo. Era una canción de Poto rap People que se llama Hora tras hora. Lo iban a subir a YouTube, pero tenían que corregir algunos detalles.
Pregunté si estaba Ángel y me respondieron que no. Me mostraron su habitación y no es un dormitorio común. Tiene cartas escritas colgadas por todo el techo y grafitis de payasos en las paredes. El cuarto está iluminado por una luz azul opaca que da una sensación de oscuridad. Me dijeron que Ángel dormía ahí, pero que todo ese decorado lo había hecho Primitivo, que tampoco estaba, antes de pasarse al otro cuarto.
Después de escuchar la música y de que nos mostraran el espacio, hablé con ellos. Les conté mi idea de narrar su historia, la historia del rap en Potosí a través de ellos, los protagonistas. Aunque había llegado con el propósito de hablar con Potorap, ellos me contaron de la fusión entre Potorap People y Vutnana Crew, y eso cambió mis planes.
Finalmente nos fuimos de la Vutnana. Liliana estaba impresionada del avance en la producción audiovisual que tenían los muchachos. Yo había quedado tan impresionado como ella. Narrar la historia de un solo proceso, como Potorap People, ya no me parecía tan potente, así que decidí entablar una conversación con ambos procesos. El resultado fue una charla con los cinco miembros de A pulso Produce: Primitivo, Dress, Lapsy, Ángel y James.
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Fernando: ¿Cuál fue su primer contacto con el rap? ¿Qué recuerdan del rap cuando eran niños?
Dress: Yo no sabía qué era el rap, pero me gustaba la poesía. Era pequeño, tenía siete años. Me acuerdo que tenía un cuaderno, que era como un diario, y ahí escribía todo lo que me pasaba: los problemas que había en la casa, las peleas de mis papás y lo que vivía en el colegio.
Estudié en el mismo colegio que mi socio Primitivo y recuerdo mucho las presentaciones que él hacía en las izadas de bandera. Nosotros no éramos amigos, ni siquiera nos conocíamos, pero me acuerdo re harto de él porque fue uno de los primeros raperos que vi. La primera vez que lo pillé fue con los otros parceritos con los que él cantaba. Estábamos en el polideportivo para un evento del colegio. Cuando vi a los manes montados en la tarima, me pregunté: “¿Qué van a hacer esos niños?”. Cuando veo que empiezan es a rapear, qué chimba. Pensaba: “¡Wash! ¿Esos chinos qué?”. Y toda la gente re eufórica levantando las manos, saltando y gritando. Para mí eso fue muy emocionante.
No había izada de bandera en que esos chinos no se montaran a rapear, y la gente siempre les copiaba resto. Yo los admiraba y quería ser como ellos. No sabía qué era el rap o un rapero, pero siempre me llamó la atención verlos a ellos. Fue como un impulso que nunca supe por qué lo tenía, hasta ahora que, haciendo rap y trabajando con los muchachos, me di cuenta que esto es lo mío.
Primitivo: Es que a nosotros siempre nos fue bien por ser niños, por ser pequeños. Cuando cantábamos y nos veían así, todos chiquitos, a todo el mundo le tramaba. Yo siempre quise ser rapero. Cuando mis hermanas me preguntaban que yo qué quería ser cuando grande, les respondía que músico. A mí no me importaba el estudio, no le botaba mente a eso, quería ser músico y pensaba que para rapear no se necesitaba estudiar. “No creo que Eminem o Snoop Dogg se hayan puesto a estudiar matemáticas para hacer una canción”, decía. Perdí sexto, octavo y noveno, pero me daba igual. Hoy soy consciente de que si uno quiere llegar a ser algo en la industria de la música tiene que estudiar.
Mi mamá siempre me armaba severos problemas porque me prohibía el rap. Me decía que si me veía escuchando rap o con cualquier maricadita que tuviera que ver con eso, me daba duro. No le hacía caso, no me importaba. Cuando me tiraba un año me regañaba: “O estudia o se sale del colegio y se pone a trabajar”. Ahí me tocaba calmarla y convencerla de que me iba a poner serio, pero qué va, eso solo lo decía para seguir yendo al colegio a rapear con los socios.
James: En la etapa del colegio es cuando uno empieza a vivir esas cosas. Yo, de pequeño, siempre grafiteaba y escuchaba mucho rap en el computador de mi casa. También recuerdo que vi en el colegio a unos compañeros que hacían beatbox. Ellos hacían parches y se ponían a improvisar. A mí eso me llamaba mucho la atención; fue lo primero que quise hacer, armar las pistas para que ellos cantaran.
Cuando salíamos del colegio, improvisábamos en la calle, en la esquina. Empezábamos en la tarde y le dábamos hasta la noche. Así comenzamos a armar el parche, a callejear en el barrio y formamos un grupo que se llamaba Grawn the FARC. El “Grawn” me lo inventé yo y el FARC significaba “Filosofía Artística de Raperos Callejeros”. En ese grupo éramos seis: Ángel Carvajal, el Menudencias, Pardo, Henry, Enigma y yo.
Al final solo quedamos Enigma, Pardo y yo. Los tres escribimos y compusimos canciones. Me acuerdo que la primera canción que escribí, la saqué de un disco que compré en un Hip Hop al Parque que tenía como 150 pistas. Ese festival fue re rayo porque vino Nach. Fue una chimba porque para mí ese man es el más duro. Su música tiene unas letras muy claras y poéticas. Es revolucionario y dice las cosas de forma decente, pero como tiene que decirlas, es muy crudo.
Con el CD que compré, empecé a escribir la canción y la dejé lista. En ese entonces, Pardo, Enigma y yo encontramos un festival que se iba a hacer en el Palo del Ahorcado. Tomé mi CD y me fui para allá. Cuando me subí a la tarima, le dije al DJ que si me iba a dejar cantar. Como el man me vio re chinche, dijo que sí porque eso a la gente le trama harto. Tenía razón, ahora que nosotros organizamos festivales, cuando llega un chinche a cantar, lo montamos en el acto a la tarima.
Me monté y canté. Yo había llevado a mi mamá, a mi prima y había harta gente mirando. Me emocioné resto porque veía que a las personas les gustaba, era mi primer tarimazo y les tramaba la letra. Sin embargo, me engomé mirando a la gente y la cagué. Cuando ya se estaba acabando la canción, se me olvidó la letra. Quedé pálido y le dije al DJ que hasta ahí. El man, todo bien, cortó y me despidió, pero me bajé re ofendido de esa tarima. Me fui pal rancho re emputado. Me metí toda la tarde allá y me puse a practicar la pista toda la tarde. Cuando ya era de noche, cogí el disco y agarré otra vez para el festival a ver si me dejaban cantar otra vez.
Cuando llegué, le dije al DJ que cómo era, que si me dejaba botar otra vez en la tarima. El man me dijo que de una, que si la había ensayado bien y le respondí: “Claro, ñerito”. Entonces me dijo: “Hágale, mándese con la energía”. Esta vez había más banda. Me mandé con toda, con el éxtasis de ver lleno y cantar en el escenario. La gente chiflaba y gritaba: “¡Buena! ¡Severa energía! ¡Hágale, chino!”. Yo estaba muy emocionado. Esa vez no se me olvido nada, la di toda. Me bajé de la tarima enamorado para siempre de la música y del rap.
Fernando: Cuando descubrieron el rap y empezaron a hacer música, ¿cuáles eran sus referentes? ¿Se inspiraban en algo o en alguien?
Lapsy: ¡Claro! Yo me formé musicalmente con el Canal 13. Después entré a una iglesia y medio aprendí a tocar guitarra, pero nunca tuve la disciplina. Mi primer referente era ese canal. A lo bien, desde pequeño me quedaba solo en la casa y me ponía a escuchar música. Mi mamita tenía que trabajar mucho, usualmente no estaba en casa. Me dejaba al cuidado de mi hermana, pero ella se iba con el novio y me dejaba solo. Me decía que me quedara juicioso y a mí lo único que me engomaba era poner música. La ponía re alto, se lo juro. Me tiraba los televisores por subirles el volumen.
En Canal 13 ponían de todo: rock, pop, rap, balada. Recuerdo que lo que más me gustaba era Californication de los Red hot Chili Peppers o Nothing else matters de Metallica.
Esos son clásicos que no se me olvidan porque cuando los ponían, los cantaba a grito herido. Siempre intentaba imitar los sonidos y los tonos que tenían los cantantes. En esa época, no entendía de música, entonces parecía un loco gritando, pero era porque intentaba cantar como ellos lo hacían. Así me pasó con el rap. Lo primero que escuché fue Nach y Vico C, y también intentaba imitarlos.
James: Yo también conocí el rap desde muy pequeño gracias a mi casa y al barrio. Siempre veía a mis primos escuchando rap o músicos como Carlitos Buey. A mi mamá no le gustaba que escucháramos eso, porque ponían una radio en la mitad de la sala a todo volumen, y gritaba que apagaran esa vaina.
Recuerdo también a tres amigos de la cuadra: Ronin, Daniel e Iván, un socito que mataron. Los pelados eran de los que se vestían ancho y tenían severas perchas. Yo también me vestía ancho, pero ellos eran más exagerados. Los veía y decía: “Esos manes son re makias”. A mí me parecía una chimba todo lo que tenía que ver con el rap: la música, el estilo y la ropa. Por eso creo que empecé a involucrarme con la calle, para buscar la música y la cultura del rap.
Primitivo: A mí también me pasaba que yo veía alguien en la calle y pensaba que se veía severo. De pequeño me gustaba mucho el rap gringo. Veía a 50 cent, a Eminem y a todos esos raperos estadounidenses, y decía: “Estos pirobos se ven muy chimba, quiero vestirme así”. Cuando empecé a robar de pequeño, y a tener problemas, era más que todo por eso, por tener plata para poderme ver bien. Para el grupo de amigos en el que crecí, el mundo era tener las tillas más severas, las perchas más caras. Tener platica para ser creído y mostrar que uno tenía.
La primera vez que robamos fue en los remates de los paisas. Con mi parche nos metíamos a los locales en grupo y escondíamos cosas dentro de la ropa. Así, poquito a poquito, uno iba todos los días y empezaba a sacar vainas. Después las vendíamos en la calle y así hacíamos plata. Otras veces sacábamos labiales y maricadas para ir a regalárselas a las niñas del colegio, y claro, así ellas le copiaban más a uno.
Como a mi mamá no le gustaba regalarme la ropa que a mí me tramaba, aprendí que tenía que trabajar para conseguir mi propia plata. Ella me compraba prendas, pero yo no me las ponía porque no me tramaban. Me escapaba del colegio y me iba a limpiar vidrios a los semáforos, a robar o a cantar en los buses para poderme comprar mis cosas. Por eso quiero tanto a la calle, porque nunca me dejó morir.
Fernando: ¿La calle era algo bueno para ustedes? ¿Qué significaba parchar o callejear todo el tiempo?
Primitivo: La calle siempre la he relacionado con el rap. Uno callejeaba y eso qué significaba: poder cantar. Por ejemplo, nosotros robábamos o nos dábamos botes por ahí, pero siempre había música. El rap siempre estaba porque mientras parchábamos también cantábamos.
A lo mejor, que yo cogiera tanta calle, desde muy niño, fue por falta de supervisión en la casa. Cuando salía del colegio, como a la una y media, nadie me recogía. Entonces, piense que a los diez años ya tenía la libertad de escoger a dónde quería ir. Si llegaba a la casa, tampoco había nadie y no tenía nada que hacer.
Por eso siempre digo que el rap fue una influencia para bien y para mal. Era una chimba porque yo rapeaba con mis amigos, pero también cantar significaba callejear todo el tiempo. A esa edad, cuando escuchábamos rap con los parceros y salíamos a la calle, nos creíamos los dueños del barrio. Hacíamos males, robábamos y consumíamos. Era de puros dañados, porque nos gustaba.
Al principio, lo que escuchábamos era rap cristiano porque en la casa de un amigo, que era donde ensayábamos, la mamá solo nos dejaba escuchar canciones cristianas. Puro Many Montes, Funky y Alex el Zurdo. Después, cuando escuchamos vainas más pesadas, eso nos dañó un poco la cabeza. Si a mí esa música me coge de 15 o 16 años, habría tenido más mente, habría sido más consciente, pero así de pequeño es complicado. Al escuchar Crack Family o Fondo Blanco, que es puro rap callejero, es música que le habla, por ejemplo, de la droga, de la muerte y de robar. Uno es muy pequeño y no entiende. Inconscientemente eso se le va pegando. Todas las canciones que componíamos y que cantábamos empezaron a ser más pesadas. Escribíamos sobre la calle, las prostitutas, las drogas y una cantidad de temas oscuros que un niño de nueve o diez años no alcanza a comprender.
Lapsy: Es que eso es complicado. A mí no me gusta tocar el tema de las drogas. Vi a muchos de mis parceros pegados a la bazuca y al pegante. Nunca me quise curtir como esos chinos porque tenía a mi mamita y estaba en la iglesia. No quería irme por ese camino. Pero, al final también me curtí, obvio. Hubo un tiempo en que estuve mal, aunque nunca lo supieron ni mi mamá, ni mi hermana porque no me gustaba que vieran eso de mí. Cuando estaba mal, me escondía. Cuando lo superaba, salía. Era fácil porque como mi mamá trabajaba mucho, no estaba en la casa. Así que yo me pegaba mis cacharrazos, o sea, consumía bazuca, y cuando volvía a verme con ellas, ya estaba normal.
Sin embargo, a los 18 años, me empecé a perder muy grave porque descubrí el pegante y eso me dio durísimo. Cuando lo probé, fue como descubrir un mundo, de verdad. Sentía que me estaba inventando un universo en mi cabeza. Quería estar más allá que acá. La realidad ya no me importaba, prefería estar trabado que estar cuerdo.
Piense en lo que lo hace más feliz. Si usted se emociona comiendo o durmiendo, o lo que sea, eso es lo que usted siente allá, se lo juro. Uno está envideado, pero está feliz siempre. Cuando salía, y se bajaban los efectos de la droga, me sentía mal. Pensaba: “Marica, no quiero estar aquí”. Quería drogarme y volver allá donde estaba tan feliz.
¿Sabe a quién le agradezco mucho? Al Merlo, William Merlo. Ese man me salvó la vida y me ayudó a no caer definitivamente en ese hueco. El Merlo es un amigo de toda la vida, del barrio, desde que éramos pequeños. Al man le gusta mucho el rock, es metacho y como a mí siempre me ha gustado la música, nosotros parchábamos a escuchar rockcito. Merlo siempre me decía que no me metiera en eso, que no consumiera. El man era tan firme conmigo que empezó a fumar marihuana, algo que no hacía, solo para que yo no inhalara pegante. Parchaba conmigo casi todos los días, y se fumaba sus plones solo para que yo no me metiera en esa vaina del pegante. Por eso lo quiero mucho, lo considero mi hermanito.
Primitivo: Piense que ahora yo, para no hablar por nadie más, sigo siendo consumidor, pero soy uno responsable. Pero, en esa época en que era un pelado, a uno le gustaba rapear, callejear y consumir. Es que, sin mentirle, cuando uno rapea y está drogado, se siente muy chimba, a lo bien. Eso es como jugar Guitar Hero, usted coge las vainas como en el aire. Usted ve las notas y las va agarrando.
Pero, también, es una cosa de identidad. Cuando usted consume, entiende muchas cosas que le están diciendo en las canciones. Son temas que solo entiende el que las vivió. Le pongo un ejemplo. Si yo le digo a usted: “Quiero estacionar el coche, pero el diablo no me deja”, ¿qué interpreta de eso?
Fernando: Quiero estacionar el coche… no tengo ni idea… como que, ¿está borracho y no puede manejar? (risas)
Primitivo: Exactamente, eso no es. Eso solo lo entiende el consumidor. El coche es la pipa. Usted la quiere estacionar porque la quiere dejar, pero el diablo no lo deja. ¿El diablo quién es? Pues el mismo diablo. Cuando uno está en la calle y es consumidor, uno siempre le está echando la culpa al diablo porque no le deja quitarse el vicio. “Hijueputa diablo, ¿por qué me pone a consumir? Hijueputa diablo, ¿por qué es así conmigo?”, uno siempre dice eso.
Ahora, si alguien le dice a usted: “Buscando el botín para ponerle a la princesa”, ¿qué entiende de eso?
Fernando: Eeeeeeh… ¿Regalarle o robar algo para darle a la vieja que le gusta?
Primitivo: Eso entiende usted. Se lo explico. Buscar el botín es robarse algo y, ¿la princesa del consumidor quién es? La bazuca, el consumo. Por eso: “Buscando el botín para ponerle a la princesa. Y esas canciones dicen cosas de ese estilo. Cuando se empieza a escuchar el rap más bajo, el callejero, a usted le gusta entender eso que está viviendo y que ve reflejado en la música. Eso lo empieza a influenciar.
Fernando: La influencia de la calle y del rap en la vida cotidiana, ¿cómo se relaciona con la música y con lo que crean?
James: Lo áspero de la música es que lo acompaña y siempre está ahí en todos sus procesos. Pille, le cuento. Después de un tiempo con Grawn the FARC, nos organizamos en una casa cultural que quedaba en el barrio de Sierra Morena. Ahí hicimos una especie de escuela de música y empezamos a rapear. Por esas épocas, nos juntamos con otro grupo que se llamaba Callejón1-9, compuesto por Nacho y Casi Loco. Ellos eran de Potosí también, entonces los manes empezaron a parchar con nosotros a la escuelita.
Cuando salíamos de allá, nos devolvíamos juntos al barrio, y ya que parchábamos más, decidimos hacer un grupo. Después, en una reunión que tuvimos, nos preguntamos: “¿Cómo nos vamos a llamar?”, y alguien dijo: “Potorap Family”.
Listo, así quedamos. Empezamos a hacer canciones, a componer y a juntarnos alrededor de la música y el barrio. Una cosa que lamento mucho de ese tiempo, es que varias de las pistas que hicimos se perdieron porque no estábamos tan organizados y nunca se grabaron. Hay maquetas, pero no canciones terminadas.
Con ese parche que montamos, además de hacer canciones, también íbamos a ver y a presentarnos en muchos festivales por todas partes de Bogotá. Recuerdo que una vez nos encontramos con un festival cultural que iban a hacer en el Instituto Cerros del Sur (ICES). Nos metimos porque nos parecía una chimba cantar en el barrio. Ese festival no fue como esperábamos porque nos dejaron de últimos en el cronograma. Todo se atrasó y al final no pudimos cantar. Salimos de allá re emputados y dijimos: “¿No nos dejaron cantar? Pues vamos a hacer nuestro propio festival para poder mostrar la música que hacemos acá”. En ese momento nació Poto también es rap, a la mera humildad.
Ese festival es una chimba porque hay de todo. Dijimos: “Vamos a traer grafiti, break dance, música y que todo el que tenga ganas de mostrarse, que se suba a la tarima”. Eso lo llevamos haciendo por muchos años y por más güiros que haya, el festival nunca paró. Si este año no está uno de los que organiza, pues ahí está el otro para hacerlo. Eso es chimba porque la música tiene esa capacidad. La música lo influencia a usted para callejear, pero también tiene esa capacidad de juntarse, pase lo que pase.
El festival lo organizamos todos los del parche, pero, por ejemplo, un tiempo no estuvo mi socio Enigma por vainas que tenía y no importaba. Ahí estaba Nacho, Ángel o yo para montarlo. Cuando yo estaba consumiendo bazuco, y estaba perdido y aburrido de estar en esas dinámicas, me fui a prestar servicio militar, pero el festival siguió, nunca se detuvo porque nosotros sabemos que la música es más importante que cualquier problema que tengan los del grupo.
Uno puede estar con mil problemas, llevado y consumiendo, pero siempre está rapeando. La música siempre lo acompaña y lo hace organizarse con los socios. Eso me ha dejado también la experiencia y el poder de la música, que todo lo que digo, me atrapa. Por eso la música mía es muy sentida, porque siempre va a lo mismo, al rescate. La música lo libera de todo y, de hecho, a mí me solucionó la vida muchas veces. Cuando no tenía para comer o para pagar un lugar donde dormir, el rap me daba lo que necesitaba para sobrevivir a la calle. Pienso que la música y el arte salvan vidas. Lo coge de un lado y lo manda para el otro. Le cambia completamente su historia. Por eso digo que la música siempre ha estado conmigo. Todo se lo debo al arte, hasta en los momentos más pailas, ha sido parte de mí y testigo de todo mi proceso.
Fernando: ¿Cómo es la relación con la gente y la comunidad en esas dinámicas de consumo, de rap, de estar en la calle y de organizar eventos? ¿Qué dicen los vecinos?
Primitivo: Eso siempre es complicado porque hay muchas cosas. Yo, por ejemplo, toda la vida me llevé mal con los vecinos de mi casa. Los miraba re paila. Me caían mal porque me daba mucha rabia que eran gente chismosa, que se inventaba cosas. Que lo vieron a uno en la esquina, que no sé qué.
Esa relación con los vecinos es rara, a lo bien se lo digo. Es rara porque cuando uno sale del barrio, de Ciudad Bolívar, que para mí es como mi barrio grande, y se aleja de estas calles y de la gente, siente que no pertenece a otro lado. Se siente raro cuando va a otra parte de la ciudad, como ajeno y observado. Se siente estigmatizado y piensa que está en otro lugar que no es el suyo.
James: Eso es así. Vea, a mí no hay algo que me ofenda más que el menosprecio y la estigmatización. Eso que va caminando por la calle, relajado de la vida, sin pensar en nada, sin hacer nada malo, cantando un tema en su cabeza, y viene alguien al frente suyo y se cambia de acera, se pasa la calle. ¿Si pilla? Por miedo y, ¿eso qué lo hace pensar a uno? Pues que me están menospreciando solamente por cómo me veo. Eso me da rabia. Es una actitud que no debería tener nadie.
Tengo socios que están en la calle, he sido parte de la calle y he estado en situaciones re pailas, pero solamente yo decido cómo vivir mi vida. Solamente yo sé lo que hice y lo que no. ¿Si pilla? Esté bien o mal, pero me emputa que la gente me juzgue por cómo me veo si ni siquiera me conocen. Un saludo, un “buenos días”, no le hace daño a nadie.
Primitivo: Para mí, por ejemplo, eso ya es normal, se lo juro. Me acostumbré tanto a que me miren mal que ya ni me importa. Hay ocasiones en las que, por probar, me he vestido decente, con traje de paño, bien peinadito, y cuando siento que la gente ya no me ve mal, me da es fastidio. A lo bien que sí. Me da es como rabia ir bien arreglado y que la gente me vea como tonto. Me fastidia. Prefiero que me vean mal, que me tengan miedo y que se alejen de mí cuando me acerco. Prefiero eso porque ya me acostumbré.
Son cosas que también sé que tengo que cambiar, pero que las he aprendido en el barrio. Acá se tiene que caminar normal y no le sostenga la mirada a nadie porque créame, se gana un problema. A lo bien, eso es una de las cosas que se viven aquí. Puede mirar a alguien, normal, no pasa nada, pero no sea enamorado porque ahí el otro se le raya. A mí me pasaba hasta en el Transmilenio, veía a alguien que se quedaba mirándome y le decía: “¿Bueno y qué le pasa? ¿Cuál es el problema?”.
Hoy, que ya uno quiere ser músico, sabe que tiene que cambiar eso. Hay que bajar un poquito más la cabeza porque esas actitudes lo que hacen es quitarle gente. De eso me di cuenta en el entierro de mi abuelita. Cuando fui, creí que muy pocas personas sabían quién era yo, pero pasó todo lo contrario, todos sabían quién soy. Lo primero que me gané fueron las miradas de todo el mundo. Pensaba: “Estos pirobos chismosos. Va la madre pa’ los vecinos”. De pronto, se acercó una vecina y pensé: “Ay, qué pereza esta cucha me va a joder”, pero no, al contrario, me dijo: “¡Ay mijo cómo esta de lindo! No lo veía desde que usted era chiquitico, yo lo ayude a criar a usted”. Así que pensé que eso era muy raro. Me sentí mal porque me di cuenta que, tal vez, era yo el que reaccionaba feo con las personas. “De pronto yo soy el que las está mirando mal”, pensaba. A lo mejor, ellos me estaban mirando mucho, pero no por algo malo sino porque les alegraba verme o cosas así.
James: Es que la relación con los vecinos no es fácil. Cuando estábamos con Grawn the FARC, recién empezando, nos gustaba parchar en la esquina del ICES porque al frente había un sitio con máquinas de videojuegos. Así que nos la pasábamos jugando ahí, y cuando salíamos, al frente, cogíamos el andén de escenario. Rapeábamos, cantábamos y fumábamos los ploncitos de vez en cuando. Muchos pelados del barrio nos vieron y se entusiasmaron. Llegaron muchas personas; unos venían a observar y otros a cantar con nosotros.
Ese parche duró mucho tiempo así hasta que empezó a crecer. En ese momento, ya éramos Potorap family, estábamos junto con Nacho y Casi Loco, y habíamos dejado de ser Grawn the FARC. Entonces, decíamos que éramos una familia y toda la gente que iba a vernos y a parchar en esa esquina, también empezó a ser Potorap Family. Era un parche gigante, una cosa de locos, todos identificados con la idea de rapear. La energía de ese grupo era muy chimba, pero eso molestaba a los vecinos, sobre todo por el consumo de marihuana. Ellos tiraban aceite en la calle antes de que nosotros llegáramos para que no nos pudiéramos sentar en la esquina. Cuando estábamos ahí, más de una vez, llegaron motos re aletas, haciendo ruidos con el motor, todas visajosas. Otras veces, también, nos mandaban a la policía. Era una relación muy chocante con los vecinos porque siempre nos querían sacar.
Como éramos unos pelados que hacían rap y no nos interesaba ser violentos, ni enfrentarnos con la comunidad, hicimos una canción que se llama La mala pal vecino. Dice así:
En la mala, en la mala pal vecino.
En la mala, porque me dice colino.
En la mala, me llamó a los tocinos.
En la mala, en la mala pa’ los vecinos.
Buuuuufón mal hablado no me ha visto.
No ha pillado que es lo que yo hago.
Más bien quédese callado.
Solucione sus problemas y no me meta en dilemas que lo tienen de marrano, cochinito pa’ la cena.
No sea sapo, no se meta en donde no debe.
Sale pa’ la esquina y por aquí qué raro huele.
¿Qué será?
¿Qué le importa a usted, papá?
Siga con lo suyo, que yo voy a hacer hip-hop.
Recordar eso es bacano porque hoy en día esa relación con el barrio ha cambiado mucho; con el festival, y toda la organización alrededor de Potosí, ya nos queremos más con los vecinos. Pequeñas cosas que suman. Cuando se hace el festival, reunimos un mercado para la gente que no tiene qué comer. La vecina que tiene su tienda, también está feliz porque viene mucha gente y le compran. De a poco, la comunidad también entiende el arte que nosotros hacemos y que el trabajo con ellos cada vez es más importante.
Lo más bonito que tiene Potosí es lo comunitario. A lo bien, acá hay una unión impresionante. No se puede imaginar cuántos procesos existen. Creo que ni yo los conozco todos. Están los de la Casa Cultural, los del Sancocho, los de las huertas, está la danza, el equipo de fútbol y mucho más. No solo estamos los raperos. La relación con la comunidad se fortaleció con el festival y nuestro trabajo.
Fernando: En su música, y en esa relación con el barrio, ¿alguna vez sintieron que necesitaban reflejar las problemáticas que vivían? Por ejemplo, el tema de las limpiezas sociales en Ciudad Bolívar, ¿cómo los afectó y cómo lo relacionan con su música?
James: Pienso que la música puede contar muchos puntos de vista. Todos percibimos las cosas de una forma muy diferente y el rap tiene esa es capacidad de sacar lo que sea: dolor, rabia, alegría, tristeza, cualquier cosa. El rap desahoga, aliviana las cargas. Por eso, cada suceso que pasa nos marca y nos deja una canción a partir del recuerdo. Por ejemplo, me acuerdo de los temas que escribimos cuando estaba empezando y, a partir de eso, se puede enlazar la historia del barrio. Una de ellas es: Mario por ahí. “Mario por ahí que el palo no está pa’ cucharas, meta las patas y lo azotara en las balas”. Es una canción que habla de la limpieza social y las épocas en que estar en una esquina jugando maquinitas o salir a la calle significaba estar en riesgo de morir.
Cuando parchábamos en la acera que le comenté, veíamos que pasaban camionetas con vidrios polarizados por el barrio. Sabíamos que era peligroso porque acá esas camionetas no se veían, además, algunas tenían las mismas placas. Nosotros siempre estábamos en la juega porque uno no sabía de dónde venían y en esas épocas estaban matando pelados en las calles.
Un día, que yo estaba con Nacho y con otro compañero, nos íbamos a fumar un porro al lado del ICES. Justo en ese momento escuchamos el motor de una moto y nos pusimos moscas. Bajamos corriendo por la parte de atrás del colegio, por la loma que lleva al caño. Los manes de la moto nos vieron bajar y dieron la vuelta para cogernos por la parte de abajo de la montaña. Pasamos el caño, subimos a la otra loma y nos metimos detrás de unos arbustos. Los tipos llegaron en la moto, se bajaron, la dejaron en el piso, se quitaron los cascos y los chalecos, y empezaron a caminar, afortunadamente, en dirección contraria a la nuestra.
Cerca de donde nos escondimos, un socio, que en ese momento vivía en la calle, tenía su rancho. El chino estaba afuera, pero los manes sabían dónde quedaba el cambuche. Se notaba que eran tombos y nos tenían montada la inteligencia a los del parche. Cuando llegaron al rancho del socio, sacaron el fierro y empezaron a gritar: “¿¡Dónde están, gonorreas!?”. Los manes buscaron, pero no encontraron nada. Nosotros estábamos callados, mirándolos detrás de los matorrales. Los tipos dispararon al aire, en plena loma, gritando como locos. Nosotros nos decíamos: “Uy, perro. Toca quedarse sanos porque estos manes van en serio”.
Esa vez nos salvamos, pero el peligro estaba ahí por lo que estaba pasando en el barrio. Mi mamá siempre me decía que pilas, que estuviera en la juega porque estaban haciendo limpiezas. Me decía que no saliera, que no me expusiera. Pero, si le digo la verdad, pienso que la energía prevalece. Lo que uno haga, eso atrae. Lo que uno piensa, eso atrae. Mi madre me decía que no saliera, pero si yo veía la oportunidad de parchar o de ir a algún evento, iba. Nosotros íbamos a cantar, nada más. Podrían tirar balas, pero nosotros estábamos rapeando y no haciendo algo malo.
Dress: A mí eso de las camionetas también me pasó una vez. Me toco salir re tarde, como a las once de la noche, de la casa de una amiga porque los papás me echaron. Salir a esa hora es complicado porque uno sabía lo que pasaba de noche en la calle. Iba caminando cuando una camioneta me pasó al lado. Se detuvieron un momento y alcancé a ver que se quedaron mirándome y me tomaron una foto. Grave. Que acá en el barrio una camioneta se le ponga al lado y le tomé una foto es muy delicado. Los manes arrancaron y se fueron, pero a mí el corazón me quedó palpitando re rápido y empecé a temblar. Caminé más rápido para llegar a la casa, y cuando ya estaba a una cuadra, vi que por la esquina salió la misma camioneta. Otra vez se pusieron a mi lado, pero esta vez bajaron la ventana y un man gordo con un fierro me gritó: “¿¡Qué pasa, chino hijueputa!? ¿¡Qué hace todavía en la calle!? Váyase a dormir o lo matamos”.
Primitivo: De eso hay muchas historias. Tengo varios amigos finados por la limpieza social. Como la mayoría de nosotros consumíamos bazuca, pero no porro, ni chorro, ni nada eso, nos la pasábamos era en la calle. El consumidor de bazuco no se va para la casa, se va para la calle y ahí el riego es alto.
Recuerdo a un parcero, Deiner. Le decía “El Gafas”. A ese man le enseñé a limpiar vidrios, pero él era mayor que yo y le gustaba mucho la bazuca. Una noche, me invitó a tomarnos unas polas y a fumar en una discoteca en el Tanque, cerca de Potosí, pero no quise ir porque no tenía plata, pero el sí man se fue para allá. Al ratico, llegó un pirobo que me debía 20 mil pesos y me pagó. De una vez fui a buscar a Deiner. Cuando llegué, lo encontré, con el otro chino con el que había ido, enfrente de la discoteca, arrodillado y con resto de tiros en la cabeza.
Todo el mundo sabe quién fue y que los mataron por una limpieza, pero eso ya era normal para nosotros. Llegó un momento en el que Ciudad Bolívar se volvió un punto del foco de las masacres. Era demasiado. Todo este lado de Arborizadora Alta, Potosí y Jerusalén tenían casos cada semana. Y no solo limpiezas, también, por ejemplo, los falsos positivos. A varios de mis amigos los asesinaron y los hicieron pasar como guerrillos. Yo me salvé porque en esa época era muy pequeño, entonces no me llevaron, pero me acuerdo, y las familias también recuerdan, que el día anterior en el que mis parceros aparecieron muertos como si fueran guerrilleros, ellos decían que les habían ofrecido camello en el barrio y que se iban a trabajar.
Lapsy: El tema de los asesinatos es duro. A mí me cambió la vida. ¿Se acuerda del Merlo? El metacho que le conté que me ayudó a salir del pegante. Nosotros, además de parchar con la música, organizábamos protestas. Vivíamos en Grupos, otro barrio que queda al lado de Potosí, y una vez nos tocó hacer un paro porque esa zona se quedó sin agua como dos semanas, a lo bien. Con el Merlo, y otros compañeros, planeamos una protesta. Una de las cosas que hicimos fue parar el bus de Transmilenio para sacarle la gasolina y encender llantas que poníamos en la mitad de las calles para manifestar. Esa vez fue pesada porque también rompimos ventanas, pintamos paredes y una cantidad de vainas en protesta por los servicios del barrio.
Después de que todo pasó y restablecieron el agua, nos empezaron a perseguir. Llegaron amenazas en cartas que le juro que parecían de las que mandan los secuestradores a las familias cuando cogen a alguien; sin escribir nada, con letras recortadas de los periódicos pegadas en el papel y firmadas por las Águilas Negras.
Le cuento todo esto porque lo que sigue me dio muy duro. Por el seguimiento que nos hacían, Merlo y yo decidimos dejar de organizar esas revueltas. Tocaba calmarnos un poco porque ya teníamos miedo. Por esos días en que llegaban las amenazas, Merlo cumplía años. Era un 3 de enero. Era de noche. Acababa de pasar diciembre y todavía sonaba pólvora por todos lados. Estábamos con otro socio afuera de la casa de Merlo, y habíamos comprado un petaco de cervezas y un litro de aguardiente. Tomamos y fumamos, relajados, celebrando el cumpleaños del socio. Debajo de la casa del Merlo hay una olla y por esa cuadra siempre transitan indigentes. En ese momento, vi a dos manes que iban subiendo por esa cuadra. A mí no se me hizo raro porque pensaba que eran dos indigentes que subían de la olla, como siempre. Estaban como a dos casas de distancia así que dejé de verlos un momento. Cuando volteé a mirarlos de nuevo, me di cuenta que habían sacado las manos de los bolsillos.
Recuerdo que en ese instante vi muchos fogonazos. Fue como ver cientos de chispas. Pensaba que era la pólvora que estaba sonando. No reaccioné hasta que vi que el otro socio, que estaba a mi izquierda, se cayó. Después miré a la derecha, a donde estaba el Merlo. Pillé que ahí había una puerta, lo cogí y lo tiré adentro. Me lancé con él, como si lo estuviera abrazando y me quedé quieto en el piso con su cuerpo debajo del mío. No escuché nada más. Cuando pasó un rato, lo único que hice fue tratar de levantarme. Logré sentarme, me miré la camisa y estaba lleno de sangre. Creía que me habían disparado y entré en shock. Gritaba: “¡No me quiero morir, no me quiero morir!”. Creía que me habían pegado un tiro, pero era raro porque me sentía con mucha energía. Me levanté la camisa, pero por más que me buscaba la herida, no veía nada. Ahí me di cuenta que el rostro de Merlo estaba pálido.
“¡William, William!”, le gritaba mientras él estaba tirado en el piso y no se movía. Le di cachetadas en la cara, le daba durísimo, pero el man no reaccionaba. Yo lloraba y estaba angustiado. “¡William, William!”, le seguía gritando y nada. Entonces lo levanté, el socio era mayor que yo y era re pesado. A lo bien que uno se sorprende de la fuerza que se tiene en esos momentos. No sé cómo lo hice. Cuando salimos, al otro parcero ya se lo habían llevado en un carro. La gente me ayudó a montar a Merlo en otro carro y lo llevaron para el Hospital Meissen.
Llegué allá y no me dejaron pasar a la sala de urgencias. Yo estaba shockeado y llorando. En ese momento llegó una ambulancia y pasó un man con un machete en la cabeza. Eran imágenes de terror, a lo bien. Ahora pienso que me salvé por cosas de la vida, de mi Dios, porque le pegaron al que estaba en la izquierda y en la derecha, pero a mí, que estaba en el medio, no me pasó nada.
De milagro, los dos parceros se salvaron. Al otro amigo que estaba ahí, le pegaron un tiro entre el estómago y los genitales, el man quedó con una pierna muerta, amarilla, no la puede mover. A Merlo le dieron un tiro en la aorta y los médicos dicen que se salvó por un minuto. Si nos hubiéramos demorado más en llevarlo, paila, habría muerto. En la cirugía les tocó hacerle una cremallera por todo el costado del cuerpo para reconstruirle la vena.
Ese día yo estaba muy paila, muy asustado. Como me faltaba un mes para cumplir 18 años, le dije a mi mami que me iba a prestar servicio, que me iba de Bogotá porque de verdad tenía miedo. Era en serio, después de todo lo que pasó, después de que casi nos matan, seguían llegando amenazas. A Merlo y a la familia les tocó irse para siempre de Bogotá. Finalmente me fui para el ejército. De todo lo que vivimos hice una canción:
“Semilla de vida criado en colina.
Cerca del cielo en frontera, vivo en la última esquiná.
Balbuceó poesía, profecía aquí en la cima pa’ que digan este tipo era de mi vecindad.
Candela candela, condenaron en carretera.
Sonaron siete disparos a mi socio en las